Sobre latinos y otros americanos 

Por , publicado el 8 de septiembre de 2021

Resulta ya poco frecuente la controversia acerca de si debe usarse el nombre de Latinoamérica, Iberoamérica o Hispanoamérica para designar a la misma (más o menos) comunidad cultural. El primero ha ganado por goleada en el uso diario, y parece vano cualquier intento de reivindicar los otros en nombre de la precisión. Fuera de ciertos organismos institucionales y trabajos académicos, la palabra latinoamericano, o simplemente latino, es habitual e inequívoca: fuera de algún tiquismiquis, nadie al que le mienten Latinoamérica pensará en los francocanadienses, ni en italoamericanos como Al Capone (o Pacino), y menos aún en Séneca ni en Julio César.

Después de todo, tampoco hay que extrañarse de que se asuman como latinos tantas gentes que poco o nada se han amamantado de “la ubre de la loba romana” que cantó Rubén Darío. Designar a este continente por lo que no es comenzó fatalmente hace cinco siglos, cuando a ciertos descubridores les dio por llamarlo Indias, y a sus habitantes, indios.

Más recientemente, por las redes sociales he visto circular de manera más urticante otra polémica terminológica acerca del empleo de la palabra América, no para designar a este continente que abarca desde Alaska a Patagonia, sino tan solo a esa república del norte con capital en Washington D. C. En los medios audiovisuales, los subtítulos y los doblajes al español suelen traducir puntillosamente los anglicismos America American por Estados Unidos y estadounidense; pero, claro, no siempre es posible. Resultaría algo cacofónico presentar a un superhéroe llamado Capitán Estados Unidos…

Nuevamente, nos encontramos aquí con más escrúpulos que ganas de comprender. Siendo los fundadores de los USA (o los EE. UU., como quieran), a finales del siglo XVIII, los primeros colonos de América que se independizaban de su metrópoli europea, no se tuvieron que romper demasiado la cabeza para bautizar su nuevo país. ‘Estados Unidos de América’ ofrece una definición más que un nombre, y acortarla como América, o sea, usar una palabra en vez de cuatro es una consecuencia bastante natural. A ver qué mexicano llama a su patria, salvo en ocasiones solemnes, Estados Unidos Mexicanos o qué boliviano repite siempre la fórmula de Estado Plurinacional de Bolivia. En cuanto a la denominación del continente, para el idioma inglés no hay confusión pues se refiere a él como the Americas, pluralización que ha tenido su éxito incluso en lugares tan poco permeables en principio a la influencia gringa como cierta reconocida institución cultural de La Habana.

Estas generalizaciones toponímicas tampoco es que sean un vicio exclusivo de nuestro continente. Muchos solemos llamar Taiwán a la República de China (no a la Popular, ojo); asiáticos tan solo a los habitantes del Extremo Oriente, cuando podríamos hacer lo propio con los israelíes o los turcos; Holanda a los Países Bajos… Todo ello no es más que una muestra de que el lenguaje cotidiano y coloquial nunca se corresponderá con el académico y administrativo, más necesitado de formalidad y exactitud.

Hay un argumento popular contra el que se suele estrellar quien se dedica al estudio y la enseñanza del lenguaje: A mí, mientras se me entienda… Tal es, en efecto, nuestro objetivo principal al emitir cualquier mensaje: que nos entiendan. Lo que no quita nada al hecho de que, a mayor dominio de nuestro idioma, en mayor número de lugares y ocasiones podremos no solo hacernos o dejarnos entender, sino entender a nuestros interlocutores. Y, por tanto, saber cuándo debemos corregirlos −siempre amablemente− y cuándo comprender la razón de que usen expresiones que a nosotros, con todo derecho, no nos gusta usar.

 

Deja un comentario

×