Tirano Banderas

Por , publicado el 7 de noviembre de 2025

El mayor reconocimiento tributado a la obra del escritor español Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) tal vez resida en la originalidad de su teatro, en su inventiva verbal y en su formulación de la estética del “esperpento”, que implica la caricatura grotesca de personajes y situaciones, la degradación de lo trágico y heroico. Entre el conjunto de sus narraciones, en general se considera como la más ambiciosa y lograda su “novela de tierra caliente” titulada Tirano Banderas (1926), producto de la vieja fascinación americanista de su autor, que incluyó un par de estancias en México a lo largo de su vida.

El relato se construye sobre los últimos días de vida del imaginario presidente Santos Banderas, ocupado junto con su abyecta corte de aduladores en conjurar las actividades de cuantos tratan de oponerse a su poder omnímodo. La precaria oposición legal, los tejemanejes de las potencias extranjeras o la creciente insurgencia desarrollan sus propias tramas independientes, a modo de telaraña cuyo centro ocupa el generalito Banderas, y que acaban confluyendo en su violenta caída. Así pues, no se trata de un argumento único ni lineal: en la mayor parte de sus novelas (la trilogía de La guerra carlista o la inconclusa El ruedo ibérico), Valle-Inclán concibe la narración y el personaje de una manera múltiple y colectiva. Tirano Banderas se divide en capítulos breves y hasta hiperbreves, a modo de escenas poderosamente visuales (es inevitable evocar la pantalla del cine), que recorren la sociedad entera, desde los salones diplomáticos a los ambientes más pobres y marginales; de los campesinos indígenas a la colonia de inmigrantes españoles. Todos ellos personajes claramente esperpénticos, en quienes puede sucederse lo sublime y lo ridículo: ahí está el mismo transcurso de la revolución (para cuyo triunfo será decisivo un mezquino conflicto tabernario); o la propia caracterización del dictador, con sus facciones de momia entregada al mascado de coca y con su andar “de rata fisgona”, pero que alcanza una inesperada y terrible grandeza a la hora de su muerte.  

La imaginaria república de Santa Fe de Tierra Firme gobernada por Banderas se presenta como una abstracción de la América hispana a caballo entre los siglos XIX y XX. Las referencias a la situación política y social recogen las controversias de su tiempo ˗que se resisten a disiparse˗, sobre la herencia colonial y el imperialismo extranjero; asimismo, para quien conozca algo de la Revolución Mexicana no le resultará difícil identificar los modelos de ciertos episodios o personajes. Ahora bien, la más notoria huella del americanismo literario en Tirano Banderas reside sin lugar a dudas en su peculiar lenguaje, pastiche de vocablos y expresiones de todas las regiones del continente con los registros líricos, cultistas o de germanía que eran ya un sello personalísimo de la escritura valleinclanesca.  

Con todo ello, un legado más que reconocer a Valle-Inclán está en la creación del primer ejemplo canónico de ese género de tan honda huella latinoamericana que es la “novela de dictador”. Así como la siniestra mueca verde de Santos Banderas alcanzaba cada rincón de Santa Fe de Tierra Firme sin salir de su palacio; igualmente se trasluce tras el propio estilo y particular genialidad de El señor presidente de Asturias, Yo el Supremo de Roa Bastos, El otoño del patriarca de García Márquez o La fiesta del Chivo de Vargas Llosa. 

 

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