Innovación léxica a través de la acronimia
Por Rosa Bobbio Álvarez, publicado el 1 de septiembre de 2025Hablar no solo es comunicar; también es crear. Cada vez que hablamos, lo hacemos en una circunstancia determinada y con una finalidad concreta, aplicando conocimientos heredados a nuevos contextos. En ese acto cotidiano se producen innovaciones lingüísticas que dan lugar a neologismos, creaciones instantáneas en los planos fónico, morfosintáctico y léxico-semántico. Debido a su carácter novedoso y a la rapidez con la que surgen, los medios de comunicación suelen ser los primeros en acogerlos y difundirlos. Un caso ilustrativo es el de la pregunta planteada a la RAE en su cuenta en la red social X sobre cuál era la forma más adecuada para referirse a la ‘persona que es flexible en la dieta vegetariana’: flexitariano o flexívoro. A partir de este ejemplo, explicaremos el mecanismo de creación léxica que ha dado origen a esta palabra: la acronimia.
El manual de Ortografía de la lengua española (2010) define el acrónimo como un tipo de sigla que se puede leer con naturalidad como una palabra. Por ejemplo, ONU es acrónimo (y sigla), pues se lee como una palabra plena: /ó-nu/. A su vez, Manuel Casado, en La innovación léxica en el español actual (2015), amplía esta definición al señalar que un acrónimo también puede formarse a partir de dos unidades léxicas: el inicio de la primera y el final (o la totalidad) de la segunda. Un ejemplo de este mecanismo es flexitariano, construido a partir de «flexi(ble)» y «(vege)tariano».
A partir de la definición propuesta por Casado, identificamos diversos neologismos: eurocracia («euro(pea)» y «(buro)cracia»), cantautor («cant(ante)» y «autor»), trabajaciones («trabajo» y «vacaciones»), Insalud («instituto» y «salud»), pictopueblos («pictografía» y «pueblo») y publirreportaje («publi(cidad)» y «reportaje»). En estos casos, el resultado es una nueva palabra cuyo significado se infiere de los contenidos semánticos de las unidades que conforman el sintagma original. Sin embargo, no todos estos términos aparecen en el diccionario académico, ya que su aceptación es un proceso complejo: puede ocurrir con gran rapidez o demorar muchos años. En gran medida, el proceso dependerá del uso que alcancen en el habla cotidiana. Lo cierto es que actualmente vivimos una acelerada innovación léxica que se refleja en los constantes cambios en varios aspectos de nuestra vida.
Casado señala igualmente, que los componentes que conforman el acrónimo se unen sin separación gráfica que evidencie su origen, debido a que se puede producir solapamiento entre los elementos integrantes, como pasa en decatleta («dec[atlón]» y «atleta») o frontenis («fron[tón]» y «tenis»). Desde el punto de vista funcional, los acrónimos pueden distinguirse en nominales, adjetivales y verbales. Los nominales suelen formarse a partir de dos sustantivos: cantautor («cantante» y «autor»), reprografía («reproducción» y «fotografía»), pupilentes («pupila» y «lentes»). Los adjetivales, se construyen con la combinación de dos adjetivos: alfanumérico («alfabético» y «numérico»); los verbales, con un verbo y un sustantivo: fotograbar («fotografía» y «grabar»). Estos últimos son muy escasos.
En cuanto a la escritura, los acrónimos deben adaptarse a las normas ortográficas del español, pues funcionan como palabras plenas. La Ortografía de la lengua española (2010) señala que si funcionan como nombre propio se escriben con mayúscula inicial y llevan tilde o no en función de las reglas habituales: Fundéu. En cambio, si se emplean como nombre común se escriben en minúscula: pyme, sida, radar; y forman el plural, añadiendo -s o -es: pymes, radares. Asimismo, no requieren resalte tipográfico; no obstante, por su carácter novedoso, la Fundéu advierte que pueden escribirse en cursiva o entrecomillado.
En conclusión, la aparición de un neologismo responde a la necesidad de denominar una nueva realidad (referencial) que carece de un nombre. En la creación de esta denominación, influyen factores sociales y culturales de nuestra vida como la moda, los deportes, la cocina, la tecnología o la medicina, entre otros. Por tanto, la acronimia constituye un recurso que refleja la capacidad de adaptación de nuestra lengua a los constantes cambios actuales.