Inicié el internado médico con expectativas y temores, pero también con una visión clara –aunque llena de incertidumbre– de la médico que aspiro ser. Empecé en Medicina Interna, donde la complejidad de los casos me enseñó el valor del estudio constante y la reflexión. Fue allí donde experimenté, por primera vez, el agotamiento de los turnos largos; pero, también, allí cada paciente se convirtió en una fuente invaluable de aprendizaje.

La fragilidad de la vida se hizo evidente: la salud se recupera, pero también se pierde. También la muerte se presentó, en ocasiones, como una compañera silenciosa.

En Cirugía, la presión de tomar decisiones rápidas forjó mi carácter, mientras que el orden meticuloso y las técnicas precisas en el quirófano me recordaron que la medicina es un arte riguroso y profundamente humano.

Finalmente, en Ginecología, la turbulencia de la sala de partos y la serenidad del primer llanto de un bebé confirman la labilidad de esta carrera.

Cada una de estas experiencias está moldeando mi carácter y habilidades. Además, reafirma el propósito de mi vocación: cuidar vidas en sus inicios, transiciones y, a veces, también, en su final.

 

KRISTEL SOTO FLORES

MEDICINA HUMANA, XIII CICLO. CAMPUS LIMA