Federico Kauffmann: “La pasión por la arqueología persiste hasta la vejez”
Visitamos al doctor Federico Kauffmann, el primer arqueólogo titulado en el Perú, exdiplomático y gestor cultural, autor de alrededor de 300 estudios sobre la arqueología del Perú antiguo. En su nueva oficina en el Centro Cultural de la UDEP nos cuenta que ha dedicado su vida a comprender el sentido profundo de las civilizaciones antiguas. Por Gianfranco Quispe Alarcón.

Su pasión por el pasado peruano surgió cuando, siendo joven, cruzando a pie la Cordillera de los Andes, divisó unas ruinas que lo impresionaron. Más tarde, desde la Universidad Mayor de San Marcos y bajo la influencia de maestros como Raúl Porras Barrenechea, se convirtió en pionero de la arqueología nacional.
Su mirada crítica lo ha llevado a preguntarse no solo qué se encuentra en la excavación de una estructura, sino también para qué se construyó y qué sentido tuvo en su época. “Ese es el verdadero propósito de la arqueología, el porqué de las cosas ¿por qué levantaron Chavín? ¿para qué tanta religiosidad?”, cuestiona, convencido de que aún hay mucho por descubrir en las regiones peruanas.

¿Cuál fue su principal inspiración para dedicarse a la arqueología?
Terminé mis estudios de secundaria en el Colegio Guadalupe en 1947, el mismo año que falleció Julio C. Tello. No sabíamos mucho de él, cuando estaba en quinto, pero, un profesor nos ilustró sobre su valioso aporte arqueológico. Esa fue una primera inspiración para conocer más de nuestro pasado. Un año después, con un colega, caminamos durante muchas semanas desde Chiclayo y sin mucho dinero, abusando de la hospitalidad que reina en la cordillera andina, vi unas ruinas que algo me impresionaron.
Al volver, mi padre me preguntó qué iba a estudiar y yo no tenía ni idea. Me insistió tres veces. Finalmente, le conté que había visto esas ruinas que me interesaron; me respondió entusiasmado “eso se llamaba arqueología”. “¡Mañana mismo vamos a la universidad!” El rector de San Marcos de entonces nos explicó que no podía estudiar esa carrera de inmediato, pero que ingresara porque en dos años la iniciarían.
Tras cinco años terminé la carrera de Arqueología y obtuve el grado de doctor. Seguí estudiando porque tenía un magnífico profesor: Raúl Porras Barrenechea. Así obtuve también el doctorado en Historia.

Sus investigaciones sobre la cultura Chavín y Chachapoyas han despertado interés internacional. ¿Qué fue lo que más le fascinó de estas civilizaciones para dedicarle tantos años de su vida académica?
Leía a Tello, quien describía Chavín con mucho detalle. Tuve la suerte de viajar allí cuando era joven, en una excursión universitaria. Me quedé realmente sorprendido. Al terminar mis estudios, uno de mis primeros trabajos fue sobre Chavín. Durante cuatro años trabajamos levantando planos y limpiando el sitio, todo gracias a la Fundación Volkswagen de Alemania. Chavín me cautivó profundamente.
Después, enfoqué mi interés en los Chachapoyas, pues pasé gran parte de mi niñez en un pequeño pueblo llamado Cocochillo —hoy Camporredondo— en Amazonas. Me crie desde los tres años allí, así que me siento paisano de esa región.
En 1985, su trabajo sobre los sarcófagos de Karajía marcó un hito. ¿Qué recuerda de ese hallazgo y qué significado tuvo para usted como investigador?
En una expedición que me llevó a transitar por Luya, mi amigo chachapoyano Carlos Torres Más me dio la pista sobre unos sarcófagos aún más impresionantes. Decidimos ir y tras dos días más de camino encontramos un peñón enorme. A 25 metros de altura, en una pequeña caverna, estaban los sarcófagos.
Eran figuras de barro de más de tres metros de alto, huecas por dentro, hechas con barro, piedra y paja. En su interior hallamos momias sentadas, envueltas en textiles, acompañadas de vasijas. Estaban intactas, salvo una. Nos contactamos con un club de andinistas que ideó una forma de subir sin dañar el lugar. Detectamos el contenido gracias a uno que ya estaba dañado. Nunca se me ocurrió abrir uno intacto, es un monumento que debe preservarse.

Usted ha explorado sitios tan diversos de la sierra y selva. ¿Qué región del Perú considera que aún guarda secretos importantes por descubrir?
Es difícil de responder, porque en la costa, sierra y selva aún hay muchos misterios sin estudiar. Recuerdo cuando subimos por el río Ene hasta otro afluente, pero no pudimos avanzar más porque los nativos, armados con carabinas que les había dado el Ejército, pensaban que éramos guerrilleros. Casi nos matan, afortunadamente nuestro ayudante hablaba asháninka.
Ahí encontramos monumentos sorprendentes. Una escultura de piedra de seis metros de largo que representaba a un felino echado. Son distintas las civilizaciones entre la selva y la sierra. Es parte de lo que siempre me he preguntado: ¿por qué surgió una alta cultura en el antiguo Perú? En la costa hay pocos valles y en la sierra todo es accidentado. Esta falta de tierras impulsó a las personas a salir adelante: hicieron andenes, canalizaron agua, transformaron el paisaje y forjaron una civilización.
¿Qué valores considera esenciales para perseverar en la investigación, incluso frente a la crítica o el escepticismo?
Yo me aparto un poco de la arqueología tradicional. Medir muros o escarbar está bien, pero no basta. Hay que preguntarse por qué se construyó. ¿Era una casa o un santuario? ¿Porque hay tantos santuarios? ¿Para qué tanta religiosidad?
En el antiguo Perú hubo una religiosidad muy fuerte. Era una forma de contrarrestar los fenómenos atmosféricos, ante los cuales no podían hacer nada, recurrían a lo sagrado. Hasta hoy se ven rituales de veneración a los apus.
Durante su vida, ha ejercido cargos importantes como director de museos, funcionario del Instituto Nacional de Cultura y embajador en Alemania. ¿Qué significó para usted tener estos cargos y cómo ha equilibrado la labor académica con la gestión cultural y diplomática?
Siendo director del Museo Nacional de Antropología y Arqueología e Historia del Perú, conocí a quienes, en principio, parecían ser unos hippies italianos, pero resultaron ser representantes de Giancarlo Ligabue, un paleontólogo y mecenas. Me preguntaron cuánto necesitaría para hacer expediciones, yo no les tomé en serio, pero les comenté que necesitaría entre 2000 y 8000 dólares, para una primera visita y, luego, para llevar a cabo el trabajo de campo. Un mes después, vino un representante de la embajada de Italia con un sobre de 2500 dólares. Así, dejé el museo y realicé 17 expediciones, sobre todo en Amazonas, todas financiados por ellos.
También fui convocado por Alan García, como parte de un grupo de profesionales independientes. Rechacé su oferta de ser ministro de Cultura, pero acepté la embajada. Aproveché ese cargo, ya que justo ese año se declaró el Año Internacional de la Papa, entonces me comprometí a difundir que la papa es peruana. También promocioné Machu Picchu, cuando estaba por ser elegida una de las siete nuevas maravillas del mundo.
A lo largo de su carrera ha publicado más de 350 trabajos entre libros, artículos y monografías, ¿cuál es su obra más preciada?
Tal vez es esta “Historia y arte del Perú antiguo”, publicada en seis tomos, donde presento una visión panorámica de nuestra arqueología.
Recientemente, me propusieron reeditarla, ya que tiene más de una década desde su publicación. Acepté con gusto, y he comenzado a actualizarla. Esta nueva versión llevará por título “Cosmos andinos. Los incas y sus ancestros milenarios”. Será editada en tres tomos, con anexos y mejoras sustanciales. Es un trabajo loco, pero estoy feliz de hacerlo.
¿Cómo conoció a la Universidad de Piura y qué lo ha traído a ella?
Comenzó cuando asistí a una conferencia en el Centro Cultural y conocí al doctor Enrique Banús.
Conversando con él, le mencioné que estaba donando mi biblioteca personal. Él acogió la propuesta y el proceso se llevó a cabo. Hoy, mi colección de bibliografía peruanista está siendo organizada por especialistas para su adecuada conservación y acceso. Me siento muy contento por ello y estoy agradecido con la universidad y con el doctor Banús, quien también me ha facilitado este espacio de trabajo.

¿Qué lo motivó a donar este legado intelectual?
Tengo ya 96 años, y dentro de poco cumpliré 97. Me pregunté: ¿qué hacer con esta biblioteca? Mis cinco hijos —dos varones y tres mujeres— residen fuera de Lima, algunos en Europa y el menor en Chachapoyas. Conocer al doctor Banús fue el detonante para donar la biblioteca a la Universidad de Piura.
¿Qué espera que encuentren los estudiantes y docentes al explorar su colección?
Espero que hallen obras difíciles de conseguir. Aquí tendrán acceso directo a títulos valiosos sobre el Perú; por ejemplo, “El paraíso del Nuevo Mundo”, de 1640, escrito por un fraile español fascinado por la Amazonía peruana, quien incluso sostenía que el paraíso terrenal bíblico se encontraba en esa región.
La colección contiene textos antiguos escritos por europeos que descubrieron y describieron el Perú en sus primeros contactos. También tuve la fortuna de heredar la biblioteca de un profesor alemán que, sin descendencia, me legó sus libros.
Adicionalmente, cuando estaba en la universidad trabajé vendiendo libros por comisión, y pronto noté que algunos títulos estaban valorados por alguien que no sabía de historia. Aprovechando el 10 % que ganaba, fui adquiriendo textos claves a precios accesibles. Así, poco a poco, formé mi biblioteca.
Como investigador en la Universidad de Piura, ¿qué líneas de trabajo o proyectos espera desarrollar?
Actualmente, me dedico a escribir artículos y actualizar obras previas. También conservo apuntes inéditos que planeo revisar. Varias revistas, tanto peruanas como extranjeras, publican mis trabajos, ahora bajo la afiliación de la Universidad de Piura. Esta acogida me brinda el tiempo necesario para actualizar los tomos en los que estoy trabajando, es una contribución valiosa que agradezco.

Después de décadas dedicadas a reconstruir el pasado del Perú, ¿qué legado quisiera que quedara de su vida y obra?
Deseo que se respete el legado arqueológico del antiguo Perú, no solo el de los incas, sino el de todas las culturas milenarias. Lamentablemente, la huaquería aún persiste, incluso bajo apariencia científica.
Recuerdo un caso reciente: un arqueólogo, muy celebrado en la prensa, excavó un cementerio y desenterró más de 125 momias. Eso no es ciencia: es saqueo. Bastaba con estudiar algunas y dejar el resto para futuras generaciones, cuando la tecnología sea aún más avanzada.
¿Qué cosa le diría a un joven peruano que se interesa por la arqueología?
Le diría, ante todo, que tenga en cuenta que es un campo con escasos recursos económicos, y que se requiere mucha perseverancia y suerte. En mi caso, tuve mucha y logré realizar expediciones, además de ejercer cargos culturales que me permitieron continuar con mi labor.
Actualmente, hay miles de arqueólogos inscritos en el consejo profesional, pero la mayoría no ejerce. Existe una ternura inicial hacia la arqueología y la historia, pero la realidad es compleja. Lamento decir esto, sé que muchos esperan una respuesta más alentadora, pero debo ser honesto. Aun así, si sienten una pasión por la arqueología, sepan que esa pasión debe persistir hasta la vejez. Yo tengo casi 97 años, y aquí en mi oficina del Centro Cultural UDEP-Campus Lima sigo escribiendo, investigando y, así, contribuyendo a entender mejor nuestro pasado arqueológico.



