Despiertas emocionado, con un sentimiento distinto al de otros días. Te aseas, te cambias y tomas un rápido desayuno para abordar el transporte público (no quieres llegar tarde el primer día).

El primer día. Reconoces los caminos, los bosques, los rostros. Todo está igual pero distinto. Todos usan mascarillas, se saludan sin poder observar sus características sonrisas de mitad de mañana. Avanzas a tu salón y lo encuentras tal y como lo recuerdas, salvo por las grandes “X” en las mesas, para asegurar el distanciamiento social. Llegas temprano, y puedes observar cómo empiezan a llegar los demás, a quienes no has visto en dos largos años más que por un pequeño recuadro frente a tu computadora, y esto es, si es que alguna vez activaron su cámara, lo más cercano a una clase presencial.

Ya nadie usa cuadernos; los enchufes son los más peleados. Llega el profesor, quien agradece la presencia de todos, y dice, muy aliviado: ¡No imaginan cuanto extrañaba esto! Todos ríen con él, y empiezas una clase distinta a la que ya te habías acostumbrado; como empezando de nuevo.