Aún recuerdo cuando algunos profesores del colegio decían que debíamos agradecer su paciencia, porque, en la universidad, los maestros “serian peores” … ¡Qué equivocados estaban y que ingenuos los que nos atemorizamos tras dicha advertencia!

La universidad nos ofrece una plana docente excepcional, en su mayoría muy disciplinada, algunos más flexibles; y otros, carismáticos, pero todos poseen una característica en común: son profesionales tan apasionadas por la enseñanza de la Psicología que siempre encuentran la forma de que sus lecciones dejen huellas imborrables en nuestras memorias.

Ellos han logrado que nuestra visión acerca de las personas se haya afinado hasta el punto de que nos resulta imposible negar su complejidad, valor y potencias de la que estaremos encargados al graduarnos y dejar las aulas universitarias.

Por ahora, que reconfortante resulta poder disfrutar del camino, sin ahogarnos en la incertidumbre del porvenir laboral pues, cada día, nuestros educadores nos dotan de las suficientes herramientas técnicas y de la formación que nos permitirán hacer frente a los retos que se nos presenten, poniendo siempre, en el centro de todo, la integridad de la persona humana.