En el mundo globalizado actual donde todo corre, el tiempo no alcanza, el estrés nos abruma, el uso abusivo de las tecnologías nos despista y la corrupción aparece donde levantamos una piedra, existe un aumento evidente de sintomatología psíquica en la población general, y además existe un riesgo añadido, poco comentado, escasamente elaborado y madurado a lo largo de la vida, pero de suma importancia para lograr una vida plena: el riesgo de no conocer mi identidad.

Cada historia personal, desde que se fecunda un ovulo hasta que finaliza nuestra existencia en la Tierra, está enmarcada en un espacio de tiempo. Esa historia se corresponde con una vida única, distinta, sexuada, en relación con los demás (principalmente nuestra familia y también las personas que están a nuestro alrededor, sobre todo a las que queremos o decidimos querer), que trasciende aunque no nos demos cuenta, y se encuentra determinada biológicamente hasta cierto punto, ajustada por la epigenética, cuya información se retroalimenta durante toda la vida y nos permite esa humanización progresiva de nuestra historia personal que queda grabada en lo profundo de nuestra composición genética.

El abordaje de la vida de una persona -su historia- es una tarea compleja y desafiante, y por ello necesita el trabajo por “capas”, aunque no existan en realidad porque somos alma y cuerpo, o cuerpo (incluyendo al cerebro), mente y espíritu, sin límites entre uno y otro. De este modo es importante ocuparse del nivel biológico donde el sueño, la alimentación, los fármacos, etc. son las claves del cuidado y terapéutica corporal (incluyendo al cerebro); del nivel psíquico, en el que los estados mentales sustentados en la arquitectura funcional del cerebro necesitan orientación a través de la educación y la psicoterapia (produciendo cambios biológicos también); y del nivel espiritual, donde mi Yo necesita autoconocerse, perdonarse y pedir perdón, saberse amado, ser libre, etc. Una capa adicional pero entretejida es la capa relacional con la que me abro hacia mí mismo, los demás y el mundo, en la que la familia juega el rol fundamental forjando un apego sustentado en el amor.

Bajo esta mirada, del cultivo de estas capas, las personas podemos encontrar nuestra identidad verdadera, que consiste en saber quién soy, conocer mi proyecto de vida e identificarme con él. Si no elaboramos, aprendemos y maduramos nuestras capas, nuestra historia personal se va reduciendo y entonces vamos perdiendo de vista algo tan valioso y propio: nuestra identidad personal. Y con ello la generación de sintomatología psíquica, de aquella que es posible prevenir desde temprana edad. Por eso, pedir ayuda temprana nunca esta demás, en cualquier caso, previene.

Leslie Young Espinoza

Es doctora en Neurociencias y Cognición por la Universidad de Navarra y especialista en Psiquiatría y en Psicología médica. Es profesora, vicedecana de Desarrollo y Calidad y directora de la Escuela Profesional de la Facultad de Medicina Humana.