Hace un tiempo hice una breve encuesta entre mis estudiantes acerca de aquello que más valoraban y lo que más detestaban, la mayoría respondió que valoraban lo autentico y lo verdadero; que lo que más detestaban era la mediocridad. Por eso, ahora he elegido el tema del liderazgo autentico para dirigirme a los jóvenes y animarlos a descubrirlo y, sobre todo, a ejercerlo.

Para empezar, un verdadero líder es un inconforme, pero serlo no es quedarse en la simple critica o denuncia, ni siquiera en la repulsa o asco que le producen las acciones inmorales y hasta delincuenciales de quienes, teniendo el deber de dar un testimonio constructivo, son –para decirlo rápido– unos antimodelos para todos los demás ciudadanos; sino que, sobreponiéndose al pesimismo, al desanimo o al cinismo, se pone de pie para darle la vuelta a esa situación, con su ejemplo, desde el lugar en que se encuentre en la vida social.

En esa línea, es característica básica de un líder autentico la sinceridad, la veracidad, que requiere de un gran amor a la verdad. Por eso, están lejos de un joven autentico el fingimiento, la simulación, el engaño, la manipulación. Pero, la verdad exige emplear grandes espacios y tiempos de reflexión, primero personal y luego grupal, con sus iguales o con personas mayores quienes, por su experiencia y trayectoria, pueden compartirle sus convicciones, sus aprendizajes logrados a lo largo de su vida. No es casualidad que un gran líder se forje en la verdad, porque esta es el alimento de la inteligencia –en sus dos versiones: teórica y practica–. La complejidad actual requiere de inteligencias muy trabajadas, muy ejercitadas, no solo en el ámbito académico sino también, y especialmente, en el práctico, para lo cual hay que aprender a deliberar, a discernir las causas y consecuencias, las ventajas y desventajas, etc., de los asuntos; los problemas actuales requieren, en primer lugar, pensar, hasta que este “caliente la cabeza y fríos los pies”.

Sin embargo, no basta con pensar, ni solo la inteligencia, hace falta una voluntad vigorosa, que sepa querer el bien verdadero. Un líder requiere de este entrenamiento, para ser capaz de querer no solo el bien propio sino el ajeno, por eso que lejos esta de un verdadero líder la mezquindad, al contrario, sabe reconocer y querer el bien que es cada persona, lo cual le llevara a la justicia, a la amistad y a la solidaridad. Un verdadero líder es magnánimo, tiene el alma grande para abrirse al bien de todos los demás.

Genara Castillo Córdova

Es doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Navarra; licenciada en Administración de Empresas y en Ciencias de la Educación. Es profesora de pre y posgrado de la Universidad de Piura y docente del PAD-Escuela de Dirección.