Codificación económica

Los economistas usan código informático para casi todo. Al generar teoría económica nueva, un código de simulación puede ayudar a ilustrar las relaciones básicas del modelo, incorporando supuestos sobre la realidad. Al realizar trabajo empírico, un código de manejo de datos y análisis econométrico ayuda a averiguar las causas y consecuencias de un fenómeno económico. En el trabajo diario en empresas y mercados, un código con interfaz de usuario más amigable permite al analista ordenar la información y sintetizarla para ayudar a la toma de decisiones ejecutivas. Ser economista hoy en día es casi sinónimo de ser alguien que se siente cómodo escribiendo e interpretando código informático.

Más aún, el lenguaje usado por los economistas al expresarse verbalmente también está codificado. Palabras como expectativas, crecimiento, equilibrio, recesión o inflación tienen significados específicos que la gran mayoría de la población quizá desconoce, pero que para los economistas son convencionales y directos. Más allá de temas semánticos, hay una profundidad filosófica en cómo los conceptos relacionan a cada sujeto con su contexto real [1]. Sobre la base de conceptos y términos desarrollados en la profesión económica, se toman decisiones de alto nivel que pueden afectar profundamente al bienestar de un país.

Valor de mercado

Los economistas suelen también dar un paso más, intentando averiguar el código verbal usado por los agentes de mercado, para así predecir lo que sucederá luego. Por ejemplo, a través de los reportes institucionales verbales de las empresas de aerolíneas, se ha determinado que su lenguaje público puede ser consistente con mecanismos de colusión [2]. En el plano político, los congresistas en EE.UU. se refieren con palabras diferentes a un mismo fenómeno—dependiendo de su afiliación partidaria— y ello sirve para cuantificar el sesgo de la prensa que cubre esas declaraciones [3]. La literatura económica demuestra que los economistas no solamente tienen su propio código de expresión, sino que intentan analizar el código de otras profesiones para encontrar las relaciones económicas subyacentes y entender así la generación de valor.

Pero no todo es rígido. Las palabras pueden “estirarse” para abarcar fenómenos más complejos, o pueden “encogerse” para evitar el pánico. Por ejemplo, ha habido enorme curiosidad reciente por entender si la economía norteamericana está en recesión o no, según la definición clásica del término. Por alguna razón, no se ha declarado abiertamente la recesión, al haber signos algo confusos—y quizá el deseo político de no complicar más a un gobierno golpeado por diversas crisis externas e internas.

En síntesis, ser economista hoy en día implica hablar al menos dos lenguajes: el de los humanos y el de las máquinas. (Este último, lógicamente, es también inventado por humanos). Dar instrucciones a la computadora para que ejecute cálculos y enseñarle a la máquina a entender lo que los agentes económicos quieren decir – incluso si lo dicen con circunloquios y claves – es parte del día a día del trabajo económico moderno.

El otro código

Además de un código para analizar información, existe un código de conducta. Esa convención es mucho más determinante para nuestra vida, pues guía nuestras acciones no solo económicas o analíticas, sino en todo el rango de acción personal. Distintas culturas han aceptado la existencia de algún tipo de “software” en nuestro “hardware” humano, pero es un tema profundamente debatido. ¿Existe ese tipo de codificación interna en el ser humano que le indique lo que debe hacer? ¿Quién lo escribe? ¿Se puede actualizar según las preferencias personales?

Estas cuestiones fueron tema de discusión algunas décadas después de la declaración universal de los derechos humanos de 1948. Un documento publicado por el Vaticano resumió de manera concisa la contribución de distintas civilizaciones, culturas y religiones a la existencia de un código común de conducta humana [4]. Se concluye, en esa visión compartida por muchos, que existe una ley natural, algo inherente a muchas formas de pensar y que forma la base para el derecho natural y, por consecuencia, del derecho positivo.

El punto es acuciante. El orbe entero en pleno 2022, recomponiéndose precariamente luego de meses de crisis de escasez de petróleo y granos originadas por una guerra, se pregunta por qué algunas acciones claramente “malas” o “subóptimas” no son vistas así por quienes las promueven. La respuesta trasciende los límites angostos de la racionalidad económica. El código que hace falta revisar es ese que inspira la conducta de los tomadores de decisiones. El rechazo casi unánime a situaciones de injusticia revela que hay un concepto de justicia prevaleciente en la mayoría – prueba de que, como humanos, coincidimos en algunos puntos básicos.

Si el código de conducta personal de alguno adolece de puntos flacos desarrollados de manera inadecuada, resulta lógico que – por el bien de la sociedad – el interesado se preocupe de actualizarlo y mejorarlo. La analogía con el código de software es irresistible: si el código está mal escrito, el programa no corre bien, o en todo caso, corre bien, pero lleva a un resultado engañoso.

He allí un panorama atractivo para todo economista y para todo ser humano: la posibilidad de aprender siempre a comportarse mejor, observando más fielmente el propio código de conducta que emerge de una ley natural sencilla e intuitiva. He allí también un campo fructífero para la dedicación de madres y padres de familia en el hogar, fomentando el aprendizaje paciente y certero de los menores en los temas que más importan para su vida. A fin de cuentas, economía en griego significa “normas de la casa”: no olvidemos el sentido amplio de esta palabra tan preciada.

 

Referencias

[1] Sokolowski, Robert. 2008. Phenomenology of the human person. Cambridge University Press.

[2] Aryal, Gaurab; Federico Ciliberto; Benjamin Leyden. 2021. Coordinated capacity reductions and public communication in the airline industry. Review of Economic Studies, forthcoming.

[3] Gentzkow, Matthew. Jesse Shapiro. 2010. What drives media slant? Evidence from US daily newspapers. Econometrica 78, 35—71.

[4] Comisión Teológica Internacional. 2011. En busca de una ética universal: Nueva perspectiva sobre la ley natural.

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