Bicentenario de una promesa peruana que se forja día a día

Cuadro de Daniel Hernández (1924). La capitulación de Ayacucho. Wikipedia.

 

La víspera del 9 de diciembre de 1824, en Ayacucho, los generales Sucre y Canterac, a la cabeza de las tropas independentista y realista, respectivamente, permitieron a sus huestes aliviar un poco el portentoso ánimo bélico imperante con escaramuzas entrecortadas. Ambos bandos presentían que se avecinaba un momento decisivo para esta región del mundo. Relata el general Miller en sus memorias [1] que, durante esos momentos, gracias a la suspensión del fuego en tácito consentimiento, “varios oficiales de uno y otro partido se adelantaban y conversaban unos con otros”. Con el campo de la inminente batalla como paisaje, el brigadier Tur, al servicio español, conferenció con su hermano, el teniente coronel Tur, al servicio independentista, prometiéndole que lo acogería luego de que los realistas vencieran a los patriotas. “El teniente coronel le dijo en contestación que si le había llamado para insultarle, habría sido mejor que no se hubiesen visto, y dio la vuelta y se marchó. Entonces el general realista corrió hacia él, se disculpó y a la vista de los dos ejércitos se abrazaron los hermanos del modo más tierno y cariñoso. Pocas horas después estaba ya prisionero de guerra el general Tur, y alojado y bien recibido por su hermano”. Con la victoria en Ayacucho, el Perú selló su independencia.

Corresponde a los historiadores documentar la sucesión de hechos y el elenco de personajes que han marcado la vida peruana independiente desde el 28 de julio de 1821. Hoy, los ojos de la nación, concentrados en lo urgente, quizá no se fijan en lo que acaeció hace doscientos años a manera de umbral determinante. Pero esos temas son fascinantes: la investigación de las causas de la emancipación; el análisis de las fuerzas a favor y en contra; el discernimiento de las consecuencias inmediatas, deseadas o no; la inferencia sobre las capacidades e intenciones de instituciones e individuos involucrados en la dimensión política y la militar; el rol de los próceres civiles; el apoyo decisivo de los extranjeros en la gesta peruana. La evidencia sobre estas cuestiones fundamentales, si es fidedigna y emerge de un trabajo riguroso, resulta útil para una nación joven deseosa de conocer su pasado. El conocimiento puede adquirirse de muchas formas, pero al tratar sobre hechos remotos en el tiempo y con perspectivas tan entrecruzadas, no hay excusa que exima de la lectura y estudio atentos para formar una evaluación razonada, madura. En 1821 no había videos ni smartphones: el nacimiento del Perú como país independiente solamente se puede revisar leyendo. En este bicentenario, los economistas con sentido histórico nacional que acudan a una lectura reflexiva podrán actualizar su juicio crítico y emplear los hallazgos del pasado como insumo explícito o implícito para sus propios análisis, esbozando una ruta hacia el futuro.

¿Cómo vincular el lejano 1821 con el futuro económico del Perú hoy? Un método útil en el ámbito de las decisiones prácticas, centrado en la resolución de problemas reales, consiste en delinear con precisión tres componentes: diagnóstico, políticas guía y plan de acción [2]. El diagnóstico de qué sucedió hace doscientos años y cómo ha impactado en el presente, sumado a la evaluación de los principios que guían el bienestar de la sociedad peruana hoy, facilitará la planificación y ejecución de acciones concretas hacia el futuro.

El propósito de este artículo es ofrecer una elaboración breve de esos tres componentes, como estímulo para quienes buscan trazar su propia ruta.

Diagnóstico histórico

Jorge Basadre [3], Víctor Andrés Belaunde [4] y José Agustín de la Puente [5], desde distintas perspectivas y a través de diversos métodos, documentaron hechos y ensayaron distintas conjeturas históricas sobre el Perú de 1821. De manera más especializada en lo económico, Bruno Seminario [6] comprobó que la estadística macroeconómica peruana no era tan rica hacia entonces como llegó a serlo en el siglo XX. La evaluación reciente de Carlos Contreras [7] dictaminó que el Perú sufrió durante los años posteriores a la independencia, debido al debilitamiento de la élite económica en el comercio internacional, la agricultura costeña y la minería de la sierra, todo lo cual demoró en restablecerse; además, la prolongación de la guerra independentista generó inestabilidad civil. Mi propia investigación econométrica [8], construyendo sobre los hallazgos sorprendentes de Melissa Dell [9], me ha llevado a concluir que los dos siglos que nos separan de la época colonial no han aliviado una fuerte tendencia al subdesarrollo económico en zonas específicas del sur peruano que sufrieron restricciones graves durante el virreinato.

Toda esta investigación en economía e historia económica podría ser relevante para decisiones de políticas actuales en el Perú. Por ejemplo, la documentación de las restricciones que distintos agentes económicos o regiones peruanas enfrentaron en sus decisiones de inversión o asignación de recursos en la historia podrían seguir vigentes hoy en día. Recordemos que la libre competencia funciona cuando no hay fricciones en los mercados. Intentar soluciones rápidas que ignoren esas barreras históricas—sin pensar bien cómo superarlas—resultaría infructuoso.

Trascendiendo lo económico, los elementos del diagnóstico histórico constituyen un rompecabezas complejo. Belaunde alude al centralismo del Tahuantinsuyo y del virreinato como una política de continuidad que no truncó el florecimiento de la costa y de la sierra en distintas actividades económicas. Su visión de España como protectora del pueblo peruano y propulsora del desarrollo colonial, con motivaciones religiosas más allá del mero afán geopolítico o económico, infunde un cariz optimista al periodo virreinal, que culmina en un espíritu efervescente de identidad nacional encarnado en personajes como Hipólito Unanue y reflejado en vehículos como El Mercurio Peruano. De la Puente resalta la labor intelectual de los precursores y la necesidad de entender la emancipación también como fruto de esas ideas, no solo de la contienda militar o económica. Basadre registra el acontecer político en el nuevo país independiente, que fue girando por el contraste de ideas entre San Martín y Bolívar, protector y dictador, respectivamente, en un país que no era el suyo. La constante fricción entre representantes del poder legislativo y el ejecutivo de entonces, protagonizada por personajes como Luna Pizarro, Riva Agüero o Tagle, muestra que los líos de poder no son cosa nueva.

La síntesis de un diagnóstico sumario implica que la independencia representó una gravísima disrupción de gobierno en un país enormemente heterogéneo en lo geográfico y social. Aspectos sociales e institucionales que usualmente no se analizan en economía son relevantes para entender que el Perú se independizó sin estar preparado, enfrentando su futuro como sociedad autónoma con gran incertidumbre, sin una clase política experimentada, sin nociones claras sobre tributación o equilibrio fiscal y sin la costumbre democrática de elegir colectivamente su futuro. El genio militar de quienes luego serían notables figuras en el Perú independiente se fue dibujando en esa etapa temprana, aunque la concertación política no fue su mayor habilidad. El Perú que caminó libre desde 1821 hasta bien entrado el siglo XIX fue un país convulsionado y casi quebrado, si no hubiera sido por el guano, un regalo natural—precursor de la industria pesquera de hoy, pues las aves guaneras se alimentaban del pescado peruano—que duró décadas antes de languidecer. El país naciente salía de una crisis para entrar a otra. Aprender hoy de esas crisis con un diagnóstico histórico puede ayudar a evitar repetirlas.

Políticas guía

Regresando al presente, el paso siguiente, luego de validar un diagnóstico histórico, es determinar criterios para la acción de hoy. Pero tratar sobre políticas guía implica entrar al terreno normativo. A mi entender, las políticas guía más pertinentes para conectar el bicentenario peruano con el futuro nacional son la identidad, la unidad y la libertad. Ciertamente, estos principios tienen fuerte carga filosófica que supera lo económico. La identidad nos define como peruanos; la unidad nos mantiene como una nación con un norte compartido; la libertad hace posible que vivamos individual y colectivamente en el territorio patrio según nuestra propia decisión. En una ocasión solemne como este aniversario, no es posible pensar en términos menos nobles como guía de nuestro desarrollo futuro.

Pero estos principios requieren una especificación dinámica que los active en el contexto vital del Perú de hoy. La identidad peruana enfatiza lo mestizo, lo variado, lo espiritual de una nación que germinó de la coincidencia de dos potencias mundiales, la española y la incaica, separadas en sus niveles de desarrollo y su influencia geográfica hasta confluir en 1532, acompañándose con otras culturas inmigrantes hasta hoy. Mantener esa identidad peruana como principio implica rescatar lo mejor de nuestra historia milenaria—precolombina, española, colonial e independiente—siempre que convenga a nuestra naturaleza humana y social, algo que corresponde determinar a la luz de la ciencia moral y las ciencias sociales. De modo análogo, reforzar la unidad peruana implica equilibrar el potenciamiento de las regiones descentralizadas y la conveniencia de que exista una ciudad capital y un gobierno central que sirvan a las regiones, pueblos y comunidades con eficacia. Las dispares banderas políticas existentes hoy en día deben demostrarse como compatibles bajo el mismo escudo peruano. La separación radical o extrema es señal de muerte, como dejó claro el azote del terrorismo marxista de finales del siglo XX en el Perú. Finalmente, fomentar la libertad requiere propiciar la iniciativa privada y pública, empezando desde el elemento más concreto como el personal, pasando luego al matrimonio y la familia, para a continuación pensar en el vecindario, el distrito, la empresa y otros estamentos aparentemente más grandes, pero nunca tan poderosos en su motivación como el mejor vinculado a la acción personal.

Plan de acción

Si los principios marco incluyen visiones articuladas que plasmen la identidad, la unidad y la libertad, aterrizándolas en la realidad peruana concreta mediante un diagnóstico histórico honesto, existirán diversas opciones de planes de acción privados o públicos. Limito mi evaluación aquí a un par de dimensiones.

Por un lado, se encuentra la acción institucional. Si los organismos del estado y la sociedad civil, cada cual por su cuenta según su misión propia, filtran sus iniciativas usando criterios que refuercen una visión constructiva de la sociedad peruana, los planes de acción serán coherentes y pondrán a las instituciones al servicio de la persona y la sociedad. La corrupción, por ejemplo, no es constructiva sino corrosiva: depende de las instituciones públicas y privadas erradicarla o permitirla. Lo mismo la mediocridad, la ineficiencia, el legalismo y la cultura del favoritismo sin mérito. ¿Las instituciones refuerzan nuestra identidad, unidad y libertad? La respuesta corporativa diaria que brinden nuestros organismos a esta interrogante, traducida en un desenvolvimiento operativo medible y mejorable, será una conclusión natural del diagnóstico y las políticas establecidas como guías de esa acción.

Por otro lado—como base de todo—está la acción personal que potencie el carácter personal peruano. La formación individual de cada hombre y cada mujer implica, sí, algún grado de instrucción en centros educativos, pero no debe marginar el rol más básico y primordial del cuidado materno, paterno y fraterno en el regazo de la familia como cuna de virtudes humanas. Decepciona, aunque no sorprende, que la mención de los valores familiares brille por su ausencia en los discursos de los estadistas que han ocupado el sillón de Pizarro en los últimos años. Y es que hay decisiones que no se pueden regular, ni prohibir, ni fomentar desde las altas esferas del poder nacional, pues corresponden al actuar libre de cada ciudadano: a su inteligencia, voluntad y sentimientos. ¿Bota usted basura en la vereda? ¿Se pasa la luz roja? ¿Insulta al vecino? ¿Hace bulla de noche? ¿Copia en el examen? ¿Deja de pagar arbitrios? ¿Evade impuestos? ¿Pierde mucho el tiempo? ¿Engaña a sus seres queridos? ¿Trabaja mal? Estas son preguntas relevantes. Ya podríamos emitir mil leyes y redactar una nueva constitución, pero sin una formación lenta y dedicada de la conciencia humana, no llegaremos lejos. La experiencia peruana, tan positiva en algunas dimensiones, es deficiente en otras. Fomentar la acción personal de avanzada es quizá el principal reto del Perú de hoy.

En ambos lados, hacia arriba

La anécdota histórica de Miller sobre los combatientes realistas e independentistas que se abrazan como hermanos—que son hermanos—en plena guerra es también una metáfora para hoy. Perú, país de contrastes. No estaremos totalmente de acuerdo en temas circunstanciales e incluso en puntos fundamentales. No interpretaremos el pasado de la misma manera; tendremos sesgos, anhelos y condicionamientos diversos. Usaremos distintos lentes para mirar la misma realidad, y quizá alguno se fijará solamente en lo que está bajo la lámpara, sin desear contemplar los rincones. Dependiendo del gobierno de turno, los personajes notables que entrarán a los libros de historia serán diversos, como el flamante gabinete de ministros que se conforma un día y, apenas una semana después, con otro encargado de la presidencia, da un giro de 180 grados y se conforma con otros. Es así la ruleta de la vida peruana. Pero, a pesar de divergir en casi todo, no podemos resignarnos a desfigurar el carácter peruano con vicios que traicionen las altas miras que nuestros héroes ganaron para nosotros con coraje y patriotismo. Revisar nuestras divisiones y carencias hoy demuestra que doscientos años se han quedado cortos. Por eso, ese abrazo de hermanos combatientes, en tiempos de crisis y pandemia, es señal de afecto, pero es también tracción que impulsa el ánimo de quien aún puede creer que la promesa bicentenaria se forja día a día.

 

Referencias

[1] Miller, John. 2020. Memorias del General Miller al servicio de la República del Perú (selección). Biblioteca Bicentenario Perú 2021. Lima.

[2] Rumelt, Richard. 2012. Good strategy/bad strategy: The difference and why it matters. Crown. New York.

[3] Basadre, Jorge. 1961. Historia de la República del Perú. Tomo I.

[4] Belaunde, Víctor Andrés. 1957. Peruanidad.

[5] De la Puente, José Agustín. 1955. La idea de la comunidad peruana y el testimonio de los precursores. Revista de la Universidad Católica del Perú, 43—72.

[6] Seminario, Bruno. 2016. El desarrollo de la economía peruana en la era moderna: precios, población, demanda y producción desde 1700. Universidad del Pacífico: Lima.

[7] Contreras, Carlos. 2020. Compendio de Historia Económica del Perú, tomo 4. Banco Central de Reserva del Perú e Instituto de Estudios Peruanos.

[8] Natividad, Gabriel. 2019. Stunted firms: The long-term impacts of colonial taxation. Journal of Financial Economics 134: 525—548.

[9] Dell, Melissa. 2010. The persistent effects of Peru’s mining mita. Econometrica 78: 1863—1903.

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